VII
- Rigoberto Jaimez
- 26 mar
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 1 may
No deja de enojarme que, sin importar cuánto tiempo pase,
en los días en los que más basura me siento,
es cuando vuelven a mí episodios de mi infancia;
marcados con hierro,
lavados con sal
y besados por mi madre.
Primer golpe.
El dolor me desactiva las piernas al instante. El palo ha
logrado que mis extremidades no respondan. Caigo y
el tiempo comienza a ralentizarse. Curioso como el
tiempo al ser torturado
Se dilata y pareciera abrir su propia
dimensión. Mi madre avanza hacia mí, furibunda.
Grita. Insulta. Cuestiona. Espera una respuesta.
Al verla más cerca me invade el miedo.
Con las manos en el suelo comienzo a
arrastrarme. Mientras callo, porque no sé qué
respuesta espera.
Ya sé que cualquier cosa que diga
O no responder nada,
va a causar que me golpee más.
Segundo golpe.
Este me da en los brazos y en la espalda.
¿Por qué mis padres tuvieron que ser
estos? ¿Por qué no solo me muero y ya está?
Nada de lo que hago es suficiente.
Nada de lo que soy es suficiente.
Tengo siete años y me odio al verme al espejo.
Me abofeteo la cara. Me doy puños en el
vientre. Solo quiero que llegue ya la noche
Porque dormir es como estar muerto.
Muerto, mis padres no podrán atormentarme. Ellos no
me quieren. Si me quisieran no me harían esto. No
estaría yo en el suelo ahora, arrastrándome. En un
patético intento de evadir sus golpes. Ya ni hablar de
soportar todo lo que me gritan.
Tercer golpe.
Cuarto.
Quinto.
La sangre me está brotando una vez más.
Cuando el dolor comienza a subir tanto como
ahora, alcanzo un extraño estado en el que pareciera
que no estoy aquí. En el que yo no soy yo.
Solo soy un espectador impotente de una triste
escena. Hay un yo que llora y pide que esto pare. Hay
otro yo que solo me ve, parado, sin expresión. ¿Será
acaso mi ángel de la guardia?
¿Por qué no hace nada? ¿Acaso Dios no me
ama? ¿O es quizá porque Dios no es real?
A veces creo que a Dios le gusta mi sufrimiento.
Me sorprende sentir en el momento en que lo
vives, Que un evento lo vas a recordar para toda la
vida. Como un hierro de marcar incandescente
Poco a poco posándose sobre tus ojos.
Los rugidos de mi madre devoran el aire. Me
asfixian de miedo y me anudan la tráquea. Sí, ya sé
que soy un estúpido que no hace nada bien. Ya sé
que soy un hijueputa desagradecido. Me lo has
dicho otras veces. Solo déjame ir. Déjame solo, por
favor.
¿Cuántas veces tenemos que pasar por
esto? El palo se ha roto.
Pero mi madre no está cansada
ni satisfecha. Y le pide a mi hermano una
correa.
Intento respirar
Pero el llanto no me deja inhalar con
normalidad. Mi hermano llega y mi madre tiene
unos ojos De voraz depredador.
Es una bestia que da tanto terror
Que te paraliza sin dejarte la opción de
huir. La pared está a mi espalda.
No hay sitio a dónde más moverme.
Veo como levanta el brazo y solo intento
cubrirme. Me abrazo porque nadie más va a
hacerlo.
Sexto, séptimo, octavo, noveno,
décimo.
Onceavodoceavotreceavocatorceavo.
¿Cuánto tiempo ha pasado realmente?
La piel me vibra como si fuera a deshacerse.
La sangre me da cosquillas al deslizarse. Los
insultos se pierden entre el aturdimiento. Sí,
ya sé que te habría gustado dejarme morir. A
mí también me habría gustado eso.
Lamento que tengamos que estar aquí
Y yo no sea más que un estorbo para
todos. Según tú, a quien le duele más es a
ti.
Sin embargo, parecieras estarlo disfrutando.
¿Incluso has de negarme el dolor
Que con tanto esfuerzo me causas?
El sol avanza y las sombras se mueven sobre mí.
Los sonidos se distorsionan, en parte por los
golpes. Las heridas arden, constantemente
reabiertas. Mi cuerpo adquiere tonos rojizos,
purpúreos, verdes, azulosos y anaranjados.
¿Alguna vez me salvará alguien de estos colores?
Nunca se me habría ocurrido hacerles
Algo como esto a ustedes.
Mucho menos convertirlo en algo diario.
¿Por qué tengo yo que pagar sus heridas
E incluso estar agradecido de que no sea peor? Al final, ni
siquiera me puedo quedar en el suelo, llorando. Me
obligan a ir como pueda a lavarme la sangre Y a quitarme
la ropa manchada.
Porque tengo que volver a trapear el suelo
Y espero esta vez dejarlo limpio como te gusta,
madre, aunque tenga que lograrlo con un palo roto.
La peor parte de ser un niño
Es que, si tu familia es un infierno,
No tienes dónde escapar
Y que amas a quien te atormenta.
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